La génesis del Catolicismo Romano
Del dios Sol al Dios cristiano
A la muerte del emperador Galerio, poco después de haber proclamado el edicto de Tolerancia en el 311 d.C., Maximino Daya y Licinio se repartieron su parte del Imperio Romano. En sus luchas intestinas por el poder absoluto, Licinio se alió a Constantino que en el Oeste del Imperio Romano había eliminado a su rival Maximiano y Maximino Daya se alió con Majencio.
En el año 312 Constantino decidió enfrentarse a Majencio, que dominaba sobre los territorios de Italia y el Norte de África que seguían siendo no solo el núcleo del Imperio, sino además su reserva más importante de alimentos. En su avance hacia Roma, Constantino sufrió una derrota militar (aunque no se sabe dónde exactamente) por lo que en esta precaria situación, y con el objeto de levantar la moral de sus tropas, se hacía necesario un estímulo suplementario que ni los arúspices paganos le habían logrado dar, al no encontrar señales propicias.
Como era habitual en la época, esto no podía suceder mejor que con una visión, único medio de contacto entre los dioses paganos y los hombres mortales, y que se amoldaban perfectamente a la religiosidad del mundo antiguo.
La cosa es que Constantino vio, o declaró haber visto un mediodía del año 318 d.C. justo antes de la famosa batalla del puente Milvio, una visión donde según él, el Dios de los cristianos le mostraba una cruz luminosa en el cielo y la inscripción "vence con esto" (que más tarde se convertiría en el conocido "in hoc signo vinces" o "En este signo vencerás").
No debemos olvidar que dentro del ejército había una gran multitud -cada vez más numerosa- de soldados que de una forma u otra se confesaban cristianos, lo cual era un hecho ya desde el siglo II. Estos soldados cristianos se habían enfrentado por un lado a la presión de los primitivos escritores cristianos y de algunos obispos para los cuales el servicio militar era un servicio idólatra como consecuencia de las innumerables ceremonias paganas y juramentos que se realizaban como parte de la disciplina militar (y en las que estos soldados procuraban no participar o participar de una manera pasiva). Por otro lado fueron muchos los que en tiempos de persecución sufrieron con sus vidas el hecho de confesarse cristianos.
El escritor cristiano Eusebio de Cesarea, posteriormente el cronista oficial de la nueva corriente aliada con el poder temporal que surgiría del cristianismo tras la conversión de Constantino, y gran admirador de este emperador, afirma que el emperador juró hacer caso de la visión grabando o pintando dicho signo en los escudos de los soldados. Lactancio, autor de varias obras de propaganda cristiana (una de las más conocidas la famosa "sobre la muerte de los perseguidores"), y que era entonces instructor del hijo de Constantino, es el que describe la famosa visión. En todo caso con el correr del tiempo surgirían nuevas versiones si cabe más fantásticas de la visión que el propio emperador alentó y se guardó mucho de censurar, hasta que el suceso cobró vida propia como mito.
Hay que decir que las insignias romanas poseían ya desde hacía tiempo, entre otros signos, una forma de cruz que nada tenía que ver con la religión cristiana, así que solo había que dar a esa cruz una nueva interpretación para lanzarse a la lucha.
La cosa es que durante el combate que sobrevino el rival de Constantino, Majencio, cometió un error táctico al salir de la fortaleza que defendía para plantar combate en campo abierto fuera del seguro refugio de las murallas de la ciudad. Las tornas cambiaron de manera clara a favor de Constantino que derrotó a las tropas de Majencio. Después parece ser que el caballo de Majencio se encabritó arrojando al jinete al Tíber donde murió ahogado, dándose por finalizada la batalla.
Constantino mandó rescatar el cadáver del río para decapitarlo y exhibir públicamente la cabeza de su rival en un desfile triunfal por las calles de Roma donde fue vitoreado por la muchedumbre.
Tres años después de estos hechos el senado le erigió un arco triunfal junto al Coliseo al comienzo de la Vía Sacra. El análisis de este arco triunfal que aún se levanta en Roma, erigido con restos de otras construcciones romanas antiguas, nos dirá mucho de la "fe cristiana" de Constantino: Se muestra la partida de Constantino a la guerra desde la ciudad de Verona, en medio de sus soldados a los que supera en un palmo de altura, mientras es coronado por la diosa pagana Victoria. Se relata posteriormente la batalla donde aparece Constantino rodeado de dioses paganos como Victoria, Roma y un dios fluvial (posiblemente en agradecimiento por el tipo de muerte de su rival). Junto a los dioses mencionados aparece representado como divinidad máxima -y así lo manifiesta la inscripción que lo acompaña- el dios Sol.
Para Constantino este dios Sol tenía muchos rasgos asimilables al Dios de los cristianos, y fácilmente se equiparó al dios Sol con Cristo como suprema divinidad. Seguramente no fue problema para Constantino que algunos de sus súbditos vieran en esta divinidad al dios de los cristianos y otros al dios Sol del culto tradicional: Lo importante es que todo el imperio adorase formalmente al mismo dios.
Una única religión para el imperio
Como emperador Constantino tuvo claro desde un comienzo que no iba a permitir discrepancias en el seno del cristianismo, culto adoptado por el imperio. En sus cartas repite a sus interlocutores la necesidad de uniformidad y armonía en el culto estatal para no atraer la ira de los dioses. Otra constante en sus escritos es la necesidad de cumplir lo que él denomina la "Ley" divina con el objetivo de conseguir la unidad en la adoración. Por eso justifica los privilegios del clero como medio para que puedan cumplir esa "Ley" sin obstáculos y en alguna carta amenaza con ir personalmente a África, siempre recelosa de las pretensiones romanas, para destruir a los díscolos.
Por medio del cumplimiento de esa "Ley" Constantino buscaba Unidad y Orden, dos rasgos de la religiosidad romana desde antes del cristianismo que se observan incluso hoy en día. Es más importante para Constantino el aspecto formal del culto que el fondo del mismo, que cada uno podría rellenar con el contenido o entendimiento de la fe que quisiera después. El deseo romano de unir y uniformar el mundo se manifiesta también en la religión.
Como hemos dicho en otro lado, para los antiguos griegos y romanos, la religión lo era todo. No era algo separado de la política, sino que política y religión eran una misma cosa. La Polis y la Civitas se fundamentaban en estos principios y los sacerdotes paganos eran una especie de funcionarios públicos que desempeñaban una función específica. La religión entonces no tenía nada que ver con el concepto cristiano de una relación personal del hombre con la divinidad. Así el estado, o mejor dicho, la ciudad estado, era la asamblea o reunión de aquellos que poseían unos mismos dioses y que sacrificaban en un mismo altar. Renegar de los dioses de los antepasados no era solo apostasía, era traición a la patria. Este concepto será aprovechado ahora por Constantino para sus fines de unificación de un imperio en decadencia, y como incuso vemos hoy en día, harían de este "cristianismo" romanizado la religión de "los padres", de la "familia", del "pueblo", de la "nación" entera, adulterando así el cristianismo predicado por los apóstoles y por los primeros cristianos hasta hacerlo la religión ritualista, formal, uniformadora, ecuménica y paganizada, aliada con los poderes temporales que se desarrollaría a partir de esta semilla a o largo de los siglos hasta nuestros días.
Medidas de Constantino
Pese al cristianismo "sui generis" del emperador Constantino, éste no dejó de mirar con buenos ojos los viejos cultos paganos: Cuando por ejemplo en el año 320 un rayo cayó en el anfiteatro de Roma, el mismo emperador ordenó que se consultara a los augures y sacerdotes paganos, pidiendo informes de sus augurios. Hizo esto en otras ocasiones, así como proteger las prácticas de magia siempre que éstas fuesen con el objeto de sanar enfermedades o para favorecer las cosechas. Revalidó los viejos privilegios de los sacerdotes paganos frente a la oposición de los sectores del cristianismo que aliados con la corte imperial trataron de revocarlos e incluso perseguirlos. No abolió el culto divino al emperador, siguió llamándose "Pontifex Maximus" o Sumo Pontífice (título que heredarían sus descendientes los papas) y por ello se constituía en cabeza del colegio sacerdotal romano y cuando surgió la controversia arriana, él mismo convocó el Concilio de Nicea como posteriormente harían los papas romanos. En Constantinopla se levantó una estatua en su honor sobre una columna equiparándose con el dios Sol. Como vemos estos indicios (resumidos aquí) nos inducen a pensar que Constantino solo cambio el nombre de su dios Solar por el nombre del Dios de los cristianos como nueva manifestación de la divinidad suprema de Roma, sin preocuparse de cuestiones de fe o dogmas cristianos.
Fue Constantino quien se opuso a los Donatistas en el Norte de África (que además de cismáticos, promovían tumultos y desórdenes) y dio órdenes al administrador de la diócesis de apoyar a los para él sacerdotes del culto verdadero que se oponían a Donato, poniéndose de parte de Ceciliano. Con medidas como esta Constantino trató de hacer del cristianismo algo que no había sido en tres siglos: un culto homogéneo sin "cismáticos" ni "herejes".
Con Constantino la iglesia "verdadera" adquirió privilegios como el derecho de asilo, la capacidad de recibir herencias, la exención de pagar impuestos. También se eximió a los funcionarios y soldados cristianos de participar en los sacrificios públicos a los dioses paganos que hasta entonces eran obligatorios como parte de la religión del estado.
Los nuevos días de la semana de Constantino
En el año 321 Constantino promulgó unas leyes que favorecían el descanso semanal en el dies solis latino o "día del Sol". Los días recibieron el nombre de los planetas conocidos, así Lunes=Luna, Martes= Marte, Miércoles= Mercurio, Jueves= Júpiter, Viernes= Venus, Sábado= Saturno y el día del Sol pasó a ser el dies Dominicus o día del Señor, hoy conocido como Domingo. Hay que decir que pese a lo que algunos afirman, el domingo se celebraba ya por los cristianos desde el primer siglo como conmemoración del día de la resurrección del Señor Jesús, y coincidía solamente por casualidad con el día del Sol Latino.
Otras fechas y costumbres fueron asimiladas a la nueva religión creada por Constantino, así, el día del solsticio de invierno, festividad del Solis Invictus o Sol Invicto, cuando el Sol renace una vez más y los días comienzan a crecer otra vez, pasó a ser el día de la Natividad del Señor, que los primitivos cristianos no habían celebrado nunca en esas fechas, etc.
El Concilio de Nicea y la persecución de los cismáticos
Aunque ya hemos hablado en otra parte de esta WEB del Concilio de Nicea, decir que la actitud de Constantino al convocar personalmente este concilio ha sido resumida por algunos como "Imposición del culto único" al amenazar con el destierro a los que se opusiesen a firmar los dictámenes acordados en el mismo. A Constantino se le nombró en este concilio "Obispo de Obispos" (un título que actualmente ostenta el Papa) y "Obispo Común". No en vano Constantino seguía ostentando el mencionado título de "Sumo Pontífice"; esto es: el guardián de la fe y de culto de Roma, a quien correspondían las decisiones y resoluciones en asuntos religiosos.
Resulta sorprendente, y un misterio, comprobar como aquellos cristianos que poco más o menos dos décadas atrás estuvieron bajo la persecución de Diocleciano dispuestos a sufrir los peores tormentos por causa de su fe, de manera tan ostentosa permitiesen que un emperador pagano, puesto que hemos visto que su cristianismo era un sincretismo religioso que nada tenía que ver con el mensaje de Jesús de Nazaret y los Apóstoles, se metiese de manera tan evidente en asuntos de doctrina decidiendo él mismo en algunos casos que derroteros tomar y a quien considerar ortodoxo y a quien hereje.
A partir del año 326 lo que no pudo homogeneizar por medio del Concilio, lo hizo por medio de privilegios para quienes se alinearan con el culto "cristiano" oficial y todo tipo de presiones y exigencias para quienes como los Novacianos, Donatistas, Montanistas y demás grupos alejados de la línea oficial continuaron díscolos a las órdenes de Roma. Se confiscaron bienes (que pasaron a manos de la iglesia "verdadera"), se les negó el derecho de reunión y culto e incluso se les persiguió con destierros y demás.
En esta línea de obligar a todos los súbditos romanos, paganos o no, a adorar al menos formal o externamente al dios que el emperador les presentaba como divinidad máxima, y que no permitía junto a si otra divinidad, Constantino dejó abierta la puerta para conclusiones que nos son bien conocidas por la historia: El establecimiento de una religión "cristiana" Romana oficial y única.
Esto vendría después, en el año 380 bajo Teodosio. El cristianismo no se convirtió en la religión oficial en tiempos de Constantino, pero devino la religión popular, la religión de moda, pues era la que profesaba el emperador. Tal popularidad, divorciada en muchos casos de motivos espirituales fue nefasta: «La masa del Imperio romano -escribe Schaff- fue bautizada solamente con agua, no con el Espíritu y el fuego del Evangelio, y trajo así las costumbres y las prácticas paganas al santuario cristiano bajo nombres diferentes»:
«Sabemos por Eusebio -nos explica Newman (un cardenal Católico Romano de finales del siglo XIX) -que Constantino, para atraer a los paganos a la nueva religión, traspuso a ésta los ornamentos externos a los cuales estaban acostumbrados... El uso de templos dedicados a santos particulares, ornamentados en ocasiones con ramas de árboles; incienso, lámparas y velas; ofrendas votivas para recobrar la salud; agua bendita; fiestas y estaciones, procesiones, bendiciones a los campos; vestidos sacerdotales, la tonsura, el anillo de bodas, las imágenes en fecha más tardía, quizá el canto eclesiástico, el Kyrie Eleison, todo esto tiene un origen pagano y fue santificado mediante su adaptación en la Iglesia» J. H. Newman. An Essay on the Development of Christian Doctrine, pp. 359, 360.
JPV
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