La palabra Mártir

La palabra "Mártir" significa literalmente "Testigo", así, Agustín de Hipona en el año 416 d.C. (cien años después de la última persecución) comenta a sus oyentes de Hipona:

"Lo que en Latín decimos testes (testigo) en griego se dice martyres (mártir)"

Como vemos, en un primer momento, el significado de esta palabra no conlleva necesariamente el hecho de haber vertido la sangre por mantener el testimonio de la fe en el Señor Jesús, aunque los testigos de Jesús bien pronto se dieron cuenta de que el Mandato que Cristo les había dado, conllevaba consigo una trágica grandeza: No bastaría el testimonio de las solas palabras. Habría que añadir el testimonio de la propia sangre.

Cuando el libro de los Hechos nos presenta al primer mártir cristiano: Esteban (Hechos 22:18-20), aparece ahí por vez primera la sangre junto al testimonio, dando nacimiento al concepto pleno de Martirio Cristiano: El testimonio de la boca de confesarse seguidor de Cristo, se ratifica y firma con la propia sangre.

Contemporánea del Apocalipsis, a finales del siglo I d.C. es la carta de Clemente de Roma a los Corintios, escrita poco después de la persecución de Domiciano. Su conocido capítulo V se refiere sin duda alguna a la persecución de Nerón, cuyas más famosas víctimas fueron los apóstoles Pedro y Pablo, quienes por medio de su muerte, ratificaron con su sangre su testimonio. En este escrito la palabra "Martirio" tiene ya su pleno significado de "Sufrir el martirio" o mejor aún "Dar Testimonio por medio del Martirio".

El siglo II nos lega dos documentos de esencial importancia para comprender mejor el desarrollo del concepto de "mártir" para el cristianismo primitivo: Se trata del martirio de Policarpo (155 d.C.) y las actas de Los Mártires de Lyon (177 d.C.) bajo la persecución de Marco Aurelio. Dignas son de ser repetidas aquí las palabras del viejo obispo, discípulo del apóstol Juan, momentos antes de encenderse la hoguera donde iba a ser quemado vivo:

"Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén"

Será pues la palabra "confesión" (homología) ya usada por el Nuevo testamento, la que sustituya y llene el vacío dejado por el término "mártir" al llenarse éste del significado de tormento, muerte y sufrimiento. Así los Mártires de Lyon no permitían que se les llamase mártires aún estando en la cárcel prestos a ser ejecutados en el circo, mientras no sellasen su testimonio por medio de su sangre. Así leemos en el acta de su martirio: "después de haber sido elevados a tanta gloria y de haber tolerado no uno que otro, sino tantos géneros de suplicios, que sabían lo que eran las fieras y la cárcel, que aun conservaban las llagas de las quemaduras y tenían los cuerpos cubiertos de cicatrices; aquellos hombres, pues, no osaban llamarse mártires, ni permitían que se lo llamaran. Si algunos de nosotros, por escrito o de palabra, se atrevía a llamárselo, le reprendían con severidad. Tal título de mártir sólo se lo daban a Cristo, testigo verdadero y fiel, primogénito de los muertos y principio y autor de la vida divina. También concedían este título a aquellos que habían muerto en la confesión de la fe. "Ellos ya son mártires, decían, porque Cristo ha recibido su confesión y la ha sellado como con su anillo. Nosotros sólo somos pobres y humildes confesores". Y con lágrimas en los ojos nos rogaban pidiéramos al Señor que también ellos pudieran un día alcanzar tan gran fin".

Unos veinte años después de los sangrientos sucesos de Lyon, aparecerá ya por primera vez el término helénico mártir en una obra latina, el famoso "Exortatio ad Martyres" (Exhortación a los mártires) de Tertuliano.

En el siglo III será otro ilustre cartaginés: Cipriano, quien, mártir él mismo en la persecución de Valeriano (253-260 d.C.) distinga muy precisamente el término "mártir" del término "confesor", el primero señala a quien ha dado su vida en el martirio y el segundo es quien, a riesgo de su integridad física, o su fortuna o lo que sea, no ha negado a Cristo. Sin embargo en otros textos, Cipriano habla como mártires de personas que a todas luces están vivas, pero que aún bajo amenaza seria de muerte no negaron su condición de cristianos. Así para Cipriano hay dos categorías de mártires: los que ya han sido coronados con la muerte por Cristo, y los que están prontos a serlo. A estos diferencia de los "simples" confesores.

Conclusión:

No puedo, amigo lector, por falta de espacio en esta WEB, poner más textos sobre mártires. Te recomiendo encarecidamente que leas aquellos que como el de Los Mártires de Lyon sí he trascrito.

Como digo en otro lugar, cuando leo de la fe y el coraje de nuestros (no se si es osadía llamarlos así) "predecesores en la fe", me pregunto qué es ser cristiano, si hemos llegado a entender que seguimos a un hombre al que el mundo dispensó la muerte crucificado, si siquiera merecemos llamarnos cristianos. Solo puedo decir que entonces, mi única esperanza está puesta en le infinita misericordia de Dios por medio de Su Hijo a quien Él castigo por causa de mis miserias y mezquindades, por causa de mis pecados.

"Señor, Dios de Israel, y Padre de Nuestro Señor Jesucristo: Ten piedad de tu Iglesia, y de tus hijos, que ensuciamos el Nombre de tu Hijo Jesucristo cuando nos llamamos cristianos, sin discernir que el verdadero cristiano que sigue al Cordero por donde éste va, está condenado a muerte por el mundo. Ten misericordia y concédenos que, andando en Tu Amor, que triunfa sobre el juicio, podamos permanecer en pie delante tuyo en tu venida. Solo por tu gracia y misericordia creemos que puede ser así. Amén"

JPV