El Donatismo

EL DONATISMO: LOS CONCILIOS DE ROMA Y ARLÉS

La herencia montanista estaba todavía muy viva en el norte de África, siempre reticente a aceptar órdenes de una Roma cada vez más dispuesta a asumir el título de sede de la cristiandad, cuando se levantó la persecución de Diocleciano (284), muchos fueron en busca del honor del martirio temerariamente; incluso en ocasiones en que pudo haber sido evitado. Mensirius, obispo de Cartago, se opuso a este fanatismo. Su postura se inspiraba en un sentido completamente opuesto: cuando las autoridades le exigieron la entrega de las Escrituras Sagradas, el obispo de Cartago entregó tratados heréticos, toda vez que los magistrados no sabían discernir. Tal proceder fue la causa de que los oponentes del prelado cartaginés le denunciaran como traditor. A la muerte de Mensirius (311) sus partidarios eligieron a Ceciliano y para evitar las intrigas de los opositores hicieron

venir apresuradamente a Félix, obispo de Aptunga, para que consagrara al nuevo obispo. Sin embargo, el partido de la oposición denunció a Félix como traditor y consideró inválida la consagración de Ceciliano. En su lugar eligieron y consagraron a Mayorino. A éste sucedía en el mismo año 313, Donato, de quien tomó el nombre el movimiento que seguía las pisadas del antiguo montanismo. El cisma dividió todo el norte de África en donde surgían comunidades paralelas por doquier con sus respectivos presbíteros y obispos. El donatismo adquirió también un cierto matiz de lucha social: los campesinos, agobiados por los impuestos imperiales y las vejaciones que sufrían siempre, tomaron el partido donatista, bajo el que se escudaron para saquear las haciendas y viviendas de quienes no compartían su credo. No es de extrañar que Constantino, desde el principio, se manifestara en contra de los donatistas pues éstos perturbaban la paz del Imperio y dificultaban sus designios de unificación. Sin embargo, los donatistas recurrieron al emperador para que interviniera en la disputa. Al principio presentaron sus quejes en contra de la elección de Ceciliano a los oficiales imperiales; pero visto que éstos no les hicieron mucho caso elevaron su protesta a Constantino mismo para que juzgará. Rogaron al emperador que se dignase nombrar entre los Jueces a algunos obispos de la Galia.

El concilio de Roma

Es evidente que nadie tenía entonces conciencia de que algún obispo o sede, hubiese sido divinamente instituida como juez supremo de los cristianos. La petición de obispos galos fue hecha seguramente teniendo en cuenta la proximidad de la Galia y el hecho de poder ser imparciales en su juicio. Constantino les concedió su petición sólo a medias. Nombró a tres obispos de las Galias pero al mismo tiempo quiso que intervinieran quince obispos italianos presididos por el prelado de la capital del mundo, el obispo de Roma, Milcíades. Eusebio nos ha conservado la carta que el emperador dirigió a Milcíades ordenándole la celebración de un concilio en Roma para tratar la cuestión donatista:

"Constantino Augusto a Milcíades, obispo de la ciudad de Roma y a Marcos. El muy esclarecido varón Anulino, procónsul de África, me ha enviado varios libelos en los cuates se contiene que Ceciliano, obispo de la ciudad de Cartago, es acusado de muchas cosas por algunos de sus colegas establecidos en Asia Me parece sumamente molesto que la plebe se degenere dividida en dos partidos y que los obispos disientan entre sí en esas provincias que la divina Providencia ha donado... Ha sido de mi agrado que el mismo Ceciliano con diez obispos que parecen acusarlo y con otros tantos que él considere necesarios para su causa, navegue a Roma; para que allí, en vuestra presencia y en presencia de Reticio, Materno y Marino, colegas vuestros, a quienes por esa causa he mandado ir a Roma, pueda ser escuchado, como tú sabes muy bien conviene a la santísima ley. no quiero hallar entre vosotros en ninguna parte ningún cisma o desavenencia"

Este texto revela que la convocatoria del concilio fue hecha porque así agradó al propio Constantino: «Ha sido de mi agrado...”. Y es por la misma voluntad imperial que Ceciliano presidió en el mismo, no por ninguna prerrogativa que fuese reconocida al obispo de Roma. Este, en realidad, recibió órdenes como cualquier alto oficial del Imperio. Y es en esta función otorgada por el emperador que Ceciliano presidió el sínodo romano de 313. Hasta entonces, la convocatoria como la presidencia de los concilios no había estado sujeta al arbitrio imperial. Con esta orden de Constantino a Ceciliano se inaugura el cesaropapismo que en Oriente habría de sujetar a la Iglesia de una manera absoluta a los intereses del Estado. El hecho de que el emperador delegara su autoridad en materias de religión al obispo de la capital del Imperio, cosa muy natural (que nada tiene, por lo tanto, de sobrenatural) y que se repetiría en los anos sucesivos, colocaba igualmente el germen de la futura hegemonía romana en Occidente. En tiempos de Constantino, sin embargo, todavía podía dirigirse un escrito al obispo de Roma colocándolo en plano de igualdad con cualquier otro clérigo: "Constantino Augusto a Milcíades, obispo de Roma y a Marcos...».

Es lógico que el sínodo romano del 10 de octubre de 313 condenara a los donatistas. Roma se a la opuesto a estos desde un principio y además pese a las controversias sostenidas con Cipriano antaño, Jamás habla aceptado el principio de rebautizar a los herejes, práctica mantenida por los donatistas. Estos sólo consideraban válidos los sacramentos administrados por miembros santos y ortodoxos, es decir -de acuerdo con sus principios- sólo por donatistas. Los tres obispos galos, los catorce italianos y el obispo de Roma, condenaron a los donatistas y consideraron que los cargos elevados en contra de Ceciliano carecían de base. Constantino consideró la decisión como habiendo sido tomada por todos los obispos: «...en la ciudad de Roma por obispos calificados y muy excelentes».

Este fallo no hizo más que enconar la querella. Los donatistas rehusaron someterse a la decisión de aquel sínodo y nuevamente, volvieron a apelar al emperador. Indudablemente desconocían ellos cualquier autoridad eclesiástica suprema y en la misma ignorancia se encontraba toda la Cristiandad, pues el procedimiento de recurrir a la máxima potestad imperial parecía ser un principio tácito que las Iglesias estaban reconociendo unánimemente. Constantino convocó entonces un concilio más numeroso, un concilio de Occidente a celebrar en Arlés.

Eusebio también nos ha conservado la epístola de Constantino en una copia dirigida al obispo de Siracusa:

"Constantino Augusto a Chresto, obispo de tos siracusanos Habiendo hace tiempo comenzado algunos con ánimo perverso a disentir de la santa religión, de la virtud celestial y de la doctrina de la Iglesia Católica, deseando yo cortar semejante desavenencia de aquellos, había determinado que, enviando algunos obispos de la Galia, sumándose también aquellos de África que, divididos en dos facciones, disputan entre sí pertinaz y obstinadamente, estando presente asimismo el obispo de la ciudad de Roma, podrían arreglarse las diferencias, qué parecían haberse suscitado, bajo la presencia de aquellos y mediante un examen diligentísimo. Mas por qué algunos, como suele acontecer, olvidados de la propia salvación y de la veneración debida a la santísima fe, no cesan todavía de prolongar las rivalidades privadas no queriendo prestar asentimiento a la sentencia ya promulgada y asegurando que sólo algunos obispos profirieron sentencia, los cuales se acercaron aceleradamente a ofrecer dictamen sin haber examinado previamente las cosas que era necesario inquirir diligentemente; por lo cual sucede que los mismos que era decoroso guardasen entre sí espíritu concordé y fraternal, disienten por el contrario con una desunión torpe y detestable, y se ofrezca ocasión de escarnio a los hombres ajenos a la santísima religión; por esas razones he debido proveer diligentemente para que las cosas, que ya debían haberse acabado por voluntario asentimiento tras haberse dado dictamen, lleguen finalmente a término por intervención de muchos. Por lo cual, habiendo nosotros ordenado que muchos obispos de diversos y casi infinitos lugares se reúnan eh la ciudad de Arlés dentro de las kalendas de agosto (las kalendas de agosto corren desde el 16 de julio al 1.' de agosto), he determinado escribirte también a ti para que, tomando un vehículo público de manos del preclarísimo Latroniano, corrector de Sicilia, ), dos compañeros de segundo orden elegidos por ti, así como tres siervos que puedan prestaros servicio en el camino, concurras el mismo día al lugar mencionado, a fin de que, ya mediante tu gravedad, ya mediante el ingenio unánime y concordé de los demás, pueda alguna vez ser reducida a la adecuada observancia de la religión y de la fe y a la concordia fraterna esta controversia que por torpísima porfía ha durado hasta este tiempo, después de haber sido escuchados los que disienten entre si, a quienes he ordenado asistir. Dios omnipotente te guarde muchísimo tiempo».

Sabemos por este escrito que, en la opinión de los donatistas, «sólo algunos profirieron sentencia» en el sínodo de Roma y, por consiguiente, habían apelado de nuevo a la justicia imperial. Otra vez, nos encontramos ante el desconocimiento de toda supuesta supremacía romana, puesto que entre estos «algunos obispos» se hallaba Milcíades de Roma.

No se oyó ninguna voz que tildara de profanos o ignorantes a los donatistas por haber rehusado prestar acatamiento al dictamen del concilio de Roma presidido por el obispo de esta ciudad. Constantino se quejaba con razón del mal ejemplo que estas disputas daban a los paganos, pero ni él ni los obispos dicen que sea impío o reprobable el hacer caso omiso de lo que acordaron Milcíades y los otros prelados con él reunidos en 313. Para dar más cumplida satisfacción a las exigencias de la paz eclesiástica y para que los donatistas no volvieran a decir que el juicio de Roma había sido el de «sólo algunos», el emperador decidió recurrir a la más alta medida de gobierno de la Iglesia: un concilio al que asistieran suficiente número de obispos que lo hicieran realmente representativo: «Para que tas cosas... Lleguen finalmente a término por intervención de muchos». A pesar de la deferencia que Constantino -y después de él sus sucesores- mostró siempre para con el obispo de Roma, le constaba que la Cristiandad no se gobernaba por éste sino «por la intervención de muchos» obispos. Significativo es también que usa el mismo título de «vuestra gravedad» tanto al dirigirse a Chresto, obispo de Siracusa, como al hacerlo a Milcíades u otros prelados. Ningún título distingue aun al obispo romano de los demás.

El concilio de Arlés

Fue presidido por el obispo Marino de dicha ciudad, uno de los tres jueces nombrados de antemano por el emperador. El obispo de Roma envió representantes al mismo. A diferencia del sínodo del año anterior tenido en Roma, que no pasó de ser un concilio local, el concilio de Arlés, celebrado el año 314 fue en la intención de Constantino, una asamblea eclesiástica de Occidente, a la cual concurrieron alrededor de cuarenta y seis obispos de Italia África Bretaña, la Galia y España. En este último país había tenido lugar en el año 300 un importante concilio de carácter nacional el concilio de Elvira cuya legislación canónica fue en parte aceptada por el concilió de Arlés: cánones relativos a varios puntos de la disciplina eclesiástica. Arlés sin embargo no fue tan riguroso como Elvira. -

Como de costumbre, fueron enviadas cartas sinodales a los obispos más importantes. Se conserva la remitida a Roma con la súplica de que, desde la capital del Imperio, sea dada a conocer a todas las Cristiandades de Occidente por lo menos. Los concilios no necesitaban la confirmación de nadie, bastaba su propia e intrínseca autoridad. La sinodal enviada a Roma no es para pedir el beneplácito del obispo de dicha ciudad sino para que la difunda. Y la razón de ello nos la da la misma carta mencionada, conservada por Manis, y cuyo texto hemos dado en la nota anterior: «Porque tienes la diócesis más grande».

El concilio de Arlés, sus procedimientos y aún su misma razón de ser, desmiente las tardías pretensiones romanas y demuestra que la autoridad de un concilio -de la naturaleza que fuese-, era de por sí superior a la de cualquier obispo, incluyendo el obispo de Roma.

La moderna teoría romanista de que nadie puede objetar al juicio de la Sede romana, teoría canonizada dogmáticamente en el concilio Vaticano I, no era ni siquiera soñada por la Cristiandad del año 314. El juicio del sínodo romano de 313 necesitó la confirmación y ratificación del concilio de Arlés, no de Milcíades.

Por supuesto el donatismo fue rechazado una vez más y el Puesto de Ceciliano en la sede de Cartago salió vindicado. Las iglesias donatistas fueron cerradas y el movimiento fue víctima de la persecución. Decepcionados por las resoluciones acordadas en Arlés, y por la intervención de Constantino, se tornaron entonces en los campeones de la libertad espiritual: «¿Qué tiene que ver el emperador con la Iglesia?» decían. Tenían razón, pero como observa F. F. Bruce, esta protesta era inconsecuente en sus labios, puesto que habían sido ellos los primeros en recurrir a la mediación imperial. Todavía en 316 habían recurrido a Constantino quien perseveró en su condena. Sin embargo, lo triste era que no solamente la fuerza secular perseguía a los exaltados donatistas sino que otros cristianos se sumaban a esta persecución. Los que antaño habían sido perseguidos se convertían a su vez en perseguidores. El uso de la fuerza en contra de los cismáticos fue particularmente duro en el norte de África en el año 321. Los seguidores de Donato continuaron hasta la conquista mahometana.

Una cuestión mucho más importante tanto para la unidad de la Iglesia como para la pureza de su doctrina fue la que planteó entonces un presbítero de Alejandría llamado Arrio. La gran controversia arriana constituyó un peligro mucho más serio y trascendente que la querella donatista. La problemática eclesiástica se trasladó de Occidente a Oriente.

JPV