Cipriano de Cartago

LA UNIDAD DE LA IGLESIA UNIVERSAL Y EL BAUTISMO DE LOS HEREJES

Cipriano de Cartago, otro ilustre magrebí, murió antes de romper definitivamente con una Roma que comenzaba sus tímidas pretensiones de dominar al resto de la cristiandad.

Introducción:

En los escritos y vida de Cipriano de Cartago tenemos un testigo fiel de lo que era la concepción de los cristianos del siglo III sobre la Iglesia. La posición de Cipriano (San Cipriano para los Católico-Romanos) sería hoy tomada como episcopaliana, frente a las incipientes pretensiones de la sede de Roma de imponer una primacía jerárquica sobre las demás iglesias. Si no se llegó a la ruptura entre las iglesias del Norte de África y las del entorno de influencia de Roma, e incluso a la mismísima excomunión de Cipriano por el Obispo de Roma, fue posiblemente debido al estallido de una cruel persecución contra los cristianos. Cipriano no reconoce ninguna primacía jerárquica a la sede y obispado de Roma, si bien le concede una gran importancia y respeto por la antigüedad de esta sede, pero no preeminencia de jurisdicción y poder, como se impuso siglos más tarde, y piensa que la organización de la Iglesia Universal no podría ser quebrada sin "cortarse de la raíz del que la fundó". "Acercándoos a él (a Jesús), piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1ª epístola de Pedro 1:4-5)

"Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1ª Cor. 3:11)

CIPRIANO DE CARTAGO

Nacido hacia el 200-210 en la ciudad de Cartago, como Tascio Cecilio Cipriano e hijo de padres muy acomodados lo que le procuró una muy esmerada educación, especialmente en estudios de literatura, siendo después maestro de retórica y posiblemente abogado. Cipriano se había convertido cuando tenia unos cuarenta años de edad tras una vida de lujos y adulación, por medio de un presbítero cartaginés: Ceciliano, que le indujo a estudiar la Biblia y muy probablemente los escritos de Tertuliano, al cual Cipriano llamaba "Da magistrum" -mi maestro-. Cuando se bautizó cambió su nombre por Cipriano Cecilio en honor a su "padre" espiritual.

Muy poco tiempo después de su conversión, tan solo cuatro años, había sido electo obispo de Cartago (249 d.C.) lo cual le valió no pocas críticas y opositores. Tras su nombramiento, lo primero que hizo fue renunciar a su fortuna de patricio romano (que puso al servicio de la iglesia) y al matrimonio. Ha extrañado a muchos el hecho de que fuese hecho obispo tan temprano, debido a la importantísima influencia de la sede de Cartago sobre las demás iglesias del Norte de África.

Tras las terribles persecuciones que sufrió la iglesia del tercer siglo, surgió una agria polémica entorno a qué se debía hacer con los creyentes que, de una manera u otra, había apostatado frente a la posibilidad del martirio. El problema no era sencillo, porque no todos habían caído de la misma manera.

Había quienes habían corrido a sacrificar a los dioses antes incluso de haber sido amenazados u obligados a hacerlo. Otros se habían hecho con falsos certificados de haber sacrificado, sin haberlo hecho (para la iglesia primitiva esto era como sacrificar). Por último estaban quienes, tras un primer momento de debilidad frente a la posibilidad del castigo, habiendo sacrificado, arrepentidos volvieron a la iglesia pidiendo perdón aún durante el periodo de persecución, sabiendo que así se exponían al martirio.

Los mártires (o lo que es lo mismo "confesores", cristianos que no habían apostatado -muertos después o no-) gozaban de gran prestigio y credibilidad en el seno de las iglesias, de modo que muchos esperaron a ver de qué manera éstos se manifestaban entorno a qué hacer con los apóstatas. En el norte de África particularmente éstos se tomaron esta atribución de jueces sin el beneplácito de los obispos, que manifestaban que la iglesia tenía unas jerarquías que había que respetar. A más de todo esto, se sumaba la actitud de otros que juzgaban que la iglesia entera estaba cayendo en una excesiva laxitud y que por ello se debía tratar a los apóstatas con mayor rigor.

Para ver qué es lo que sucedió entonces, léase, en esta misma WEB el artículo titulado "Los apóstatas y los Novacianos"

LA UNIDAD DE LA IGLESIA UNIVERSAL

Cipriano escribió sus dos obras más famosas -y hay que entenderlas en este contexto, y no de otro modo para justificar nuestras posiciones religiosas actuales- en la primavera del año 251 d.C. para contrarrestar el "cisma" (aunque fue excomunión) de Novato y el diácono Felicísimo que le acusaban de cobardía, al huir de Cartago durante la persecución de Decio en el año 250 d.C. estos dos empezaron, con el beneplácito de los Confesores (o Mártires -no siempre muertos al confesar la fe cristiana, bastaba con no haber renegado o sacrificado durante el tormento para ser Mártir) a recibir a los "lapsi" o "renegados" que tras su caída en la persecución, querían volver al seno de la Iglesia, a lo cual se oponía Cipriano si no se hacía tras penitencia y con su consentimiento como Obispo electo. Es así que sus opositores, durante su huída, nombraron Obispo de Cartago a Fortunato.

No nos extrañe pues, que sea en este contexto, y tras haber vuelto de su escondite, que excomulga a los "sediciosos" y los expulsa de la Iglesia, amén de escribir los dos citados tratados.

En "De Unitate Eclesiae" -La Unidad de la Iglesia- escrito tras el citado "cisma", Cipriano se marca el único propósito de ilustrar el principio de unidad de la Iglesia Universal (Católica). Es la primera vez en la historia del cristianismo que se manifiesta este principio -sea correcto o incorrecto- con tanta precisión y de la manera en que lo hace Cipriano. Ya Ignacio de Antioquia, Ireneo de Lyon o Tertuliano, por no citar a otros, responden a esta cuestión con similitud, dando a entender que las diferentes Iglesias expandidas por toda la tierra están unidas entre si por el patrimonio común de la fe apostólica (enseñada por los apóstoles) constituyendo así un gran cuerpo.

El capítulo IV de esta obra ha causado a lo largo de los tiempos una no pequeña polémica, ya que en unos manuscritos el citado capítulo aparece como una encendida defensa del "primado" de Pedro (que no del obispo de Roma) sobre los demás apóstoles -y por extensión, según el Catolicismo Romano- del obispo de Roma y sus sucesores. En otros manuscritos dicha "¿interpolación?" no aparece. Para unos es una interpolación posterior romana para hacer triunfar la primacía de la sede de dicha ciudad sobre las demás iglesias a cuenta del obispo africano. Para otros tal interpolación no existe al estar -según ellos- en la línea del resto del texto sobre la unidad.

Hoy en día, la opinión general (incluso la de los mejores especialistas católico- romanos en el asunto ) es la de la interpolación, (aunque los católico-romanos afirman que fue hecha por el mismo Cipriano).

Sea como fuere, no debe esta polémica enturbiar lo interesante de la obra, un hermoso y encendido alegato (lleno de referencias al Antiguo y Nuevo Testamento) a la unidad de los creyentes y de la Iglesia de Cristo.

"En el orden y funcionamiento de la Iglesia Universal es fiel Cipriano al sentido y espíritu del cristianismo Primitivo. Considera la Iglesia como una red o conjunto de comunidades distintas, iguales en derechos e independientes entre si en su administración, pero unidas por un lazo moral y espiritual, manifestado visiblemente por la concordia de los obispos en la fe y en la caridad (Ep. 54:2,3 y 68:5). Las ideas sobre estos puntos, que expone en las cartas que pertenecen a las varias situaciones y ocasiones de su episcopado, son más completas y explícitas en el De Unitate Eclesiae.

Si todas las comunidades -fraternidades- cristianas son iguales, lo son sus obispos, como sucesores de los apóstoles con los mismos derechos entre si. Por eso los obispos o jefes de comunidades, son "colegas" o "coepíscopos" (Ep. 55:1; 67:5; 68:1; 74:1, etc.). La solidaridad y unidad de la Iglesia Universal reposan sobre las de los obispos, como sobre un senado... el signo visible de la comunión entre las iglesias o comunidades cristianas es la unión y acuerdo entre los obispos (Ep. 66:8, cf.45:3): "La iglesia Católica es una; no está dividida ni partida, sino todas las partes están enlazadas unas a otras por el común acuerdo de los obispos" El medio y procedimiento más seguro y sencillo de restablecer, precisar y controlar este mutuo acuerdo en la verdad y caridad son los concilios o asambleas periódicas" (Julio Campos. Introducción General a las "Obras de San Cipriano" Biblioteca de Autores Cristianos (BAC); Madrid 1964)

EL BAUTISMO DE LOS HEREJES

En el año 251, cuando después de la muerte de Decio, la persecución decrece y las Iglesias viven un tiempo de paz, la cuestión de los lapsi y el movimiento novaciano ocupan la atención de las cristiandades. La actividad conciliar se torna incesante. Son cuestiones que atañen, en realidad, a todas las Iglesias pues todas han sufrido el azote de la persecución y las teorías de Novaciano y Novato se difunden por todas partes. Cipriano ante esta situación propuso a los caídos o "lapsi" (apóstatas ante el tormento) paciencia y penitencia, recordando a los mártires que no llegaron a morir que debían someterse a la autoridad de la Iglesia. De este tema surgió el cisma Novaciano que se puede estudiar en el referido artículo.

Otra polémica no menos grave es la que surge entorno a la validez del bautismo de las personas que, viniendo de sectas heréticas o grupos cismáticos, lo recibieron fuera de la iglesia Universal (Católica).

En Roma se consideraba que estas personas no debían volver a bautizarse si habían recibido el bautismo por inmersión y en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, contentándose con una imposición de manos; mientras en Cartago, se consideraba el bautismo de un hereje como inexistente y se rebautizaba al que venía de la herejía o el cisma (postura "anabaptista"). esta costumbre de Cartago y por ende el Norte de África databa al menos de la época de Agripino, Obispo de Cartago, que convocó un concilio en el mismo sentido en 220 d.C. y nunca hasta entonces había causado problemas con la iglesia de Roma. En Asia Menor, los sínodos de Iconio y Synnada se manifestaron validando la postura de Cartago; de modo que Cipriano no hizo más que ratificar lo que sus antecesores le habían transmitido.

Cuando Esteban (para los Católicos-Romanos es el Papa Esteban I) recibe el obispado de Roma (254-257 d.C.) se desarrollan las persecuciones de Decio y Valeriano. Esteban decide entonces llevar por sus mismos caminos entorno a esta cuestión a las iglesias Africanas, lo que hace que Cipriano se sienta puesto en entredicho en su propia autoridad (entonces la iglesia de Roma, si bien era objeto de un gran respeto y consideración, no poseía lo que ahora los Católico-Romanos llaman "Primacía" sobre las demás sedes obispales).

Esteban interpretó al extremo y en su conveniencia el citado capítulo IV de "De Unitate Eclesiae" (251 d.C.) de Cipriano. Torcidas sus palabras por el obispo Romano, el mismo Cipriano rescribió el pasaje citado de ese mismo capítulo obviando los anteriores comentarios que pudiesen presuponer la primacía de Roma (Evidentemente Roma hoy cita el párrafo que le interesa).

La guerra teológica comenzó, y de ambas partes se reclutaban partidarios: Cipriano encontró a un firme aliado en Firmiliano, obispo de Cesarea de Capadocia, y al mismo tiempo los concilios se suceden para reafirmar la unidad de la "iglesia de África" frente a los intentos de Roma de imponer su criterio, así el del 1º de septiembre de 256 d.C. se manifestó unánimemente en favor de Cipriano.

Tras esto Cipriano escribió una carta al obispo de Roma donde le da a conocer las resoluciones que se habían tomado, acabando la misma con las siguientes palabras que muestran de manera clara el concepto de iglesia prevaleciente en el siglo III de nuestra era: "...en esto no pretendemos hacer fuerza, ni dar ley a nadie; puesto que en el gobierno de la Iglesia, cada uno de sus jefes tiene libre voluntad, si bien ha de dar cuenta de sus actos al Señor". Concluimos pues, que Cipriano concedía a la Iglesia de Roma y su Obispo gran importancia y respeto por la antigüedad de esta sede, pero no preeminencia de jurisdicción y poder, como se impuso siglos más tarde.

Todos los autores, incluso los católico-romanos muy a su pesar, no pueden obviar la expresión "episcopalismo" al hablar de Cipriano y su concepción de la iglesia, concepción de la iglesia -con sus matices y formas- hoy sostenida tanto por las diferentes iglesias Ortodoxas como por el mundo evangélico en general como por el protestante en particular. Cipriano sostuvo constantemente la unidad e independencia interior de cada iglesia y de su obispo o pastor.

Posiblemente las iglesias de África hubiesen sido excomulgadas por el obispo romano, si la Divina providencia no hubiese llamado a éste a Su presencia por medio de la Gloria del martirio. La realidad que no puede negar ningún historiador mínimamente imparcial, es que la cuestión bautismal, oponiendo a Cipriano y Esteban, nos los muestra dotados de una misma autoridad moral y eclesiástica a los ojos de sus contemporáneos. Nos muestra también hasta qué punto Cipriano logró forjar la unidad de la iglesia de África especialmente durante la persecución de Valeriano.

Martirio de Cipriano

El 30 de agosto de 257 d.C. es convocado delante del procónsul romano de Cartago, que le notifica del edicto imperial según el cual, todos los obispos cristianos debían participar de las fiestas paganas, lo cual él estima incompatible con su fe cristiana. Condenado al exilio, permanecerá en este estado un año. Es entonces cuando el edicto imperial se endurece con la ejecución inmediata de los obispos cristianos, pastores y diáconos; degradación de los senadores y demás patricios que profesasen esta fe; exilio, esclavitud, confiscación de todos sus bienes y si perseveran muerte inmediata.

Vuelto a Cartago en verano de 258 d.C., el 13 de septiembre fue arrestado y decapitado, en tiempos de la persecución de los emperadores romanos Valeriano y Galieno.